domingo, 20 de septiembre de 2009

Plomo

Las cinco y media. Puta madre. Todavía huelo a chivo. Las botellas baratas te secan la cabeza cuando es temprano. Siempre que despierto toco mi mano izquierda. Prendo la luz y allí está como siempre. Son tres dedos de más en mi mano izquierda. Sé que eso es un error de la sangre pero allí están. Son dedos normales, largos y bien formados en apariencia. Apenas puedo apretarlos para sostener cigarros. Fuera de ese uso son inútiles. Parásitos formados a semejanza de otros dedos. Los seguí viendo un rato. Después me levanté y bajé a mear. No estaba la gente de aquí. Ellos son la gente que me hospedó cuando salí del pozo de los indeseables. El orfanato del gobierno. Me sacaron del albergué a los dieciocho. Me dieron una beca. Terminé una carrera sin futuro. Vivía aquí mientras encontraba un trabajo.

Vomité sólido antes de bañarme. Tenía un boleto para visitar la ciudad de mis jefes. Me dijeron que yo era una copia de mi padre. Se murió de plumbalgia. En diez años se le fue metiendo toda la mierda por los pulmones. Después se le extendió al resto del cuerpo. Vivir frente a la fábrica lo dejó idiota. Plomo y arsénico subiendo y bajando por las venas podridas hasta llegar al cerebro. También conoceré a mi madre real. La mujer que me arrojó a este pinche mundo.

Por la carretera se ve la nada. Las inmediaciones del semidesierto norteño. Un desperdicio de espacio casi tan aburrido como el mar desde la perspectiva sobria. Falté tres días al trabajo. Me caga empaquetar tapabocas. También me caga que me miren cuando subo el transporte y me sujeto con mi mano anormal. El ojo nunca me lo ven. Parece un tomate hinchado de un aspecto que llega a sugerir el hedor de algo descompuesto. Tengo una costra colgándose de mi párpado. Pero las gafas siempre ayudan. Las mujeres no me miran. Sobreviví peleando todo el tiempo contra los que se burlaban. Desde el momento que me despreció la gente supe que yo era un extraño. No podía convivir con ninguna persona.

Sólo un día de suerte encontré a una. La conocí en el trabajo. El único lugar donde durante ocho horas éramos exactamente iguales: máquinas sin nombre humilladas por seiscientos pesos semanales. Decía que era extrema. Aunque sólo parecía tener una atracción especial por la gente bizarra. Parafilia. Le gustaba lamer mis dedos adicionales y lenguetear mi párpado maldito. Yo acariciaba sus pezones perforados mientras la penetraba. Tenía grandes ojeras bajo el maquillaje blanco. Le tomé afecto los meses que la conocí. Después se fue a un rave a la carretera cerca de Catorce. No volví a sentir el frío de sus piezas.

Cuando bajé del autobús pasó lo mismo que en Saltillo. Todas las miradas grababan para siempre mi deformidad. Ellos son los morbosos. La gente del tercer mundo educada por una empresa televisora. Caminaba alzando mi mano innatural para detener un taxi. Hacía un chingo de calor. Mis dedos sudados mojaban el cigarro. Dos taxistas vieron mi mano y siguieron derecho. El tercero sí se detuvo. Me dejó en una colonia mediana al estilo de la región. No se diferenciaba en nada a la otra ciudad.

Mamá abrió la puerta mientras gritaba el mofle del taxi. Lloró. Tenía la cara seca y una trenza larga coronaba su pequeña cabeza. Me dijo que los perdonara. Mi jefe me extravió. Me llevó a ver a Bronco en la gira del adiós a la pinche capital. Dice que se puso su mejor sombrero y un chaleco de cuero. Era moreno pálido. Sus ciento setenta y cinco centímetros de estatura se paseaban de Torreón a la capital desmoronándose por la enfermedad. Dejando un tanto de su vida en cada asiento, cada botella, cada banqueta. Ataques de neuralgia y convulsiones le deshicieron ambos hemisferios. Me olvidó en algún lugar de Saltillo en el ‘95. Hace quince años. Me explicó que todo lo anómalo fue por causa de la fábrica. Peñoles. Ya había escuchado algo de eso. Por eso decidí venir con los animales de mi especie.

Eran pocas colonias en un radio al rededor de la fábrica. La gente enferma. Malformada. Todos habían sobrellevado de alguna forma el suceso y algunos hasta trabajaban en ese mismo lugar. Fundiendo plomo y mucha mierda tóxica. Trabajan con los pendejos que nos crearon. A nosotros: una raza de mutantes exiliados de la ciudad. Una ciudad exiliada del país. De México. Ni siquiera salimos en los documentales de discovery chanel como los bastardos de Chernóbil. Aquí nada explotó. Vertieron la escoria sobre la tierra. El polvo negro alcanzó las casas cercanas. Compraron a la gente. Se lavaron las manos de arsénico. Metieron dinero en un equipo de fútbol mexicano. Santos. Todos cayeron y nos olvidaron. No hay nada por corromper aquí. El desierto también está corrupto. Envenenado. Esterilizándose por la mierda del dinero.

La primera persona que vi igual a mí tenía una tienda en la esquina de la calle. Era una muchacha que tenía trece dedos en ambos pies. Sólo podía usar sandalias. Me miró con tristeza y ninguno de los dos habló. Compré unos cigarros y me devolvió el resto. Por la calle vi a varios niños salir de la escuela. Vi a dos que sufrían convulsiones repentinas. Se veían enfermos. Los camiones seguían transportando comida. Las ceremonias de la pinche bandera seguían escuchándose en las escuelas. Todo funcionaba normal. Sólo los diferentes estábamos aislados del mundo. Incluso estábamos aislados de nosotros mismos.

Tomé cerveza sobre la barra. Era una cantina norteña igual a todas: olía a meados y a faldas rabonas que se lubrican por la humedad. Había maistros infrahumanos. Rateros sucios. Meseras Gente del submundo. También había otros como yo. Mutantes norteños. Personas con pequeñas malformaciones y jaquecas infernales todo el tiempo. Me acerqué a ellos. Duré un rato intentando hablarles. Quería saber más de nosotros. Aquí somos monstruos pendejo si estabas bien allá mejor regrésate. Aquí no hay nada bueno. Soy físicamente igual a ellos. Pero ellos lo vivieron desde el principio. Para qué chingados me regresaba. El viejo gordo que me corrió se fue de la cantina. Estaba destrozado del rostro y ebrio hasta la madre. Tenía una malformación en la boca. Se veía peor que la enfermedad del conejo. Se fue agarrándose su abultada panza y tropezando con las mesas. La gente de aquí está derrotada. No tienen dignidad. El plomo les chingó el cerebro. Nosotros los fenómenos estamos aislados en una cantina perdida del norte. Llena de escoria y mutantes modernos. Ellos ven la pantalla de televisión. Está jugando el Santos contra el América. Es fútbol del tercer mundo. El equipo local tiene la P roja pintada en la camiseta. Algunos deformes traían esa misma playera y la sacudían gustosos agitando una cerveza. Yo sólo me callo y sigo pisteando.

A la media noche regresé con mi madre. Quería que me quedara con ella. Le dije que no. Yo era similar a ellos: una nueva raza creada a partir de un accidente industrial. Somos liebres corriendo de los mísiles de prueba en cualquier desierto del mundo. Somos polvo de plomo que nadie sacude de las mosquiteras. Ellos supieron resignarse y vivir como una comunidad de desgraciados. Yo crecí usando las mismas cosas y lugares que la gente común. Dejé atrás el umbral de la desgracia donde una vieja arrugada se atragantaba con sal. Afuera o adentro es lo mismo. La enfermedad se filtra por todas partes.

A los dos días siguientes regresé a mi ciudad. Los malditos y yo no éramos lo mismo. Preferí el rechazo de la multitud. Cuando llegué prendí un delicado. La masa fruncía sus múltipes caras horrendas. Mi mano izquierda les daba asco. Regresé a la realidad donde los dedos apuntan señalando lo que repugna. Llegué a un conecte y luego a un depósito. La realidad cambia con un enfoque distinto de la percepción. No importa que lo tóxico sea más longevo que la carne.

La máquina

jueves, 27 de agosto de 2009

Mi universidad

¿Sabe francés,
restar,
multiplicar?
¡Declina maravillosamente!
¡Que decline!
Pero, oiga,
¿Acaso usted podría cantar en dúo,
con los edificios?
¿Usted acaso comprende
el idioma de los tranvías?
El hombre, a veces,
apenas sale del cascarón
y ya lleva libros bajo el brazo,
y cuadernos escritos.
Yo,
aprendí el alfabeto en los letreros,
hojeando páginas de estaño y hierro.
Los maestros,
toman la tierra,
la descarnan,
la destrozan,
y enseñan:
-Toda ella
no es más que un globo pequeño, redondo.
Pero yo,
con los codos aprendí geografía.
No en vano he dormido tanto sobre la tierra.
Los historiadores se atormentan con importantes preguntas:
-¿Era o no roja la barba de Barbaroja?
¡Que sea!
No me gusta meterme en mentiras con telaraña.
Yo conozco de Moscú, cualquiera de sus historias.
Hablan de Dobroliúbov (para que lo odien)
pero su apellido está en contra,
protesta la familia.
Yo,
desde niño.
aprendí a odiar a los gordos,
a los que se venden por una comida.
Se sientan,
charlan,
y para gustarle a la dama,
hacen sonar sus pobres ideas
con sus frentes llenas de monedas.
Yo,
dialogaba sólo con los edificios,
y las tomas de agua, eran mis interlocutoras,
con la ventana del oído atento escuchando,
los techos oían lo que les arrojaba al oído.
Y luego,
de noche,
sobre una cosa
o la otra
nos pasábamos charlando,
moviendo la "sinhueso".



Vladimir Maiakovski


martes, 14 de julio de 2009

El corazón que ríe


Tu vida es tu vida
no dejes que sea golpeada contra la húmeda sumisión
mantente alerta
hay salidas
hay una luz en algún lugar
puede que no sea mucha luz pero
vence a la oscuridad
mantente alerta
los dioses te ofrecerán oportunidades
conócelas
tómalas
no puedes vencer a la muerte pero
puedes vencer a la muerte en la vida, a veces
y mientras más a menudo aprendas a hacerlo
más luz habrá
tu vida es tu vida
conócela mientras la tengas
tú eres maravilloso
los dioses esperan para deleitarse
en ti.


H. K. B.

domingo, 29 de marzo de 2009

Groucho Marx (1890-1977)


Chico: Un coche y un chófer cuestan demasiado. He vendido mi coche.
Groucho: ¡Qué tontería! En su lugar, yo hubiera vendido el chófer y me hubiera quedado con el coche.
Chico: No puede ser. Necesito el chófer para que me lleve al trabajo por la mañana.
Groucho: Pero, ¿cómo va a llevarle si no tiene coche?.
Chico: No necesita llevarme. No tengo trabajo."


Un caballero ofendido por un comentario de Groucho:
—¡Señor! ¡Esta dama es mi esposa! ¡Debería usted avergonzarse!"
Groucho : —"Si esta dama es su esposa, es usted el que debería avergonzarse!"


Está loca por mí. ¡Qué mujer no lo está! Yo sé que va usted a preguntarme cuál es mi secreto... ¡Voto al diablo que sois osado! El secreto es no darles a entender que se las quiere. No ir nunca tras ellas. Que ellas vayan detrás de ti. Hay que avivar el cariño del amor con el abanico de la indiferencia...





Leer Memorias de un amante apasionado de Groucho y fletarme dos películas de los hermanos Marx fue lo más edificante que he hecho en años.