Despreció a las mujeres más bellas. Ignoró los autos más fantásticos y nunca gastó en vinos importados. Usaría su fortuna para la causa más importante: darle paz al mundo.
Empleó su dinero para comprar materiales y mano de obra que le ayudaran a construir una termo-nuclear. Al cabo de un año, tenía una bomba de uranio-235 del tamaño de un submarino.
Necesitó de varios helicópteros para levantarla y llevarla hasta el Ecuador. Allí la dejó caer y, desde uno de los helicópteros, observó como se destruía el planeta. La explosión alcanzó el cielo y el hombre se desintegró.
Siete días después, convertido en el espíritu universal, estaba terminando de construir la tierra.
Esperaba que, ahora sí, su obra fuera perfecta.